—Con su permiso, Gran Alfa —dijo Ragnar al entrar, inclinando la cabeza en señal de respeto.
Askeladd, que aún intentaba recuperar la compostura tras lo ocurrido con Azucena, se dirigió hacia su escritorio. Allí comenzó a acomodar los documentos que momentos antes había apartado para poder colocarla sobre la superficie. Sus movimientos eran tranquilos, como si quisiera dar la impresión de que nada inusual había sucedido en el estudio, aunque Ragnar era bastante perceptivo y ya lo había notado.
—¿Qué información me traes, Ragnar? —articuló Askeladd.
—Me temo que son muy malas noticias, Gran Alfa.
Askeladd lo miró fijamente, endureciendo la expresión en su rostro. Había algo en el tono de Ragnar que presagiaba un asunto delicado.
—¿Qué ocurre? —cuestionó el Alfa.
Ragnar, sin embargo, no respondió al instante. Su mirada se desvió hacia Azucena, que permanecía en el lugar. A él no le parecía correcto que ella presenciara ese tipo de conversaciones. En su mente, ese tipo de información deb