El representante, con la voz aún temblorosa por la tensión del momento, volvió a insistir en lo que para muchos era una creencia antigua: que la Loba Roja traía desgracia. Pero antes de que la multitud pudiera elevar otra vez el murmullo, Askeladd cortó la intervención con un gesto seco y la palabra precisa, como quien pone orden en una sala: la superstición no era un argumento válido.
Se inclinó levemente hacia adelante, clavó la mirada en el portavoz y habló con tono firme, sin aspavientos, dejando claro que no toleraría insinuaciones ni miedos heredados que pusieran en riesgo a un individuo bajo su protección.
—Esas son sus supersticiones —manifestó—. La Loba Roja no tiene nada que ver con las desgracias que puedan ocurrir en el reino. Voy a dejar esto claro: la Loba Roja es ahora una esteruliana. Pertenece a este reino, así que deben verla y tratarla como ciudadana de Sterulia.
Al pronunciar esa afirmación la confusión y el murmullo crecieron por un instante, hasta que Askeladd añ