C112: No tiene que cambiar por mí.
Azucena seguía temblando entre sus brazos, todavía con el rubor en sus mejillas, con ese brillo nervioso en los ojos que la delataba. Askeladd la contemplaba como si estuviera frente a un abismo: sabía que un solo paso más lo arrastraría sin remedio, pero ya no encontraba la fuerza para retroceder.
—Si no lo deseas, dime que me detenga… —murmuró él, dejando la decisión en sus labios.
Azucena lo miró, con las pestañas vibrando, y apenas alcanzó a sacudir la cabeza, negando.
—Mi señor, yo... lo deseo —expuso.
La confesión lo atravesó con fuerza. Askeladd la sostuvo con firmeza, como si temiera que se desvaneciera, y acercó de nuevo sus labios a los de ella, pero esta vez con una suavidad distinta. El beso fue lento, paciente, lleno de intención. Poco a poco la fue guiando, enseñándole a responder, a moverse con él. Cada roce prolongado era una caricia al alma, cada suspiro de ella una rendición que lo encendía aún más.
Cuando el beso se hizo más profundo, Azucena lo abrazó con torpeza,