Él suspiró, pasándose la mano por el cabello. No estaba acostumbrado a exponerse de esa manera. No me miraba directamente y se ruborizaba mientras tragaba en seco. Luego comenzó a moverse de un lado a otro.
—Cuando eso pasó, yo era novio de Cintia —se detuvo un momento y bajó la mirada, como si recordar aquello le costara más de lo que estaba dispuesto a admitir—. No éramos novios exactamente. Salíamos, nos manoseábamos y hasta llegué a pensar que me casaría con ella, sin saber cómo era en realidad. Cerró los ojos por un instante, intentando continuar. No dije nada; permanecí en silencio, pero al ver que no continuaba, le pregunté: —Muy bien, ¿y qué le hizo? ¿Qué es eso que guarda contra usted? —No quiero todavía decirle todo, Clío —dijo visiblement