MARTÍN:

La miro con incredulidad. En el caos que se ha desbordado con el regreso de Libia y el reencuentro con Elliot, he dejado en la sombra la vida que debía construir con alguien más, con el niño que lleva mi sangre y que nunca me ha conocido como padre. Me siento vacío y culpable.

Clío me hace seguirla con paso firme. Aunque puedo ver el dolor que todavía lleva encima, ya no se permite estar quebrada. Elliot la envuelve entre sus brazos nuevamente, apretándola como si temiera que se desvaneciera. Me detengo en la puerta y doy una última mirada a la mujer que amé toda la vida, pero que ahora comprendo que no me amó de la misma manera, aunque me dio un hijo.

—Clío… —la llama Libia.

—Ahora no, mamá. Después hablaremos tú y yo, ¿sí? Todo está bien, no te preocupes, solo concéntrate en ponerte bien —le dice, dándole un beso, para luego regresar a mí—, vamos, papá.

Clío me empuja delicadamente hacia la puerta y salimos. Caminamos tomados de la mano por el largo pasillo en si