Después de escuchar lo que dije, la abuela y Clío se miraron y llegaron a un acuerdo. Bajamos todos hasta la sala de mando, yo ayudando a la abuela en el camino. Al llegar, me encontré con David llorando a mares, mientras Gloria y sus hijas gemelas lo abrazaban.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté, preocupado al acercarme a mi hermano. David, al verme, se levantó y se abrazó a mí. Busqué la mirada de mi cuñada Gloria en busca de una respuesta, pero ella solo se encogió de hombros, insinuando que no sabía nada. No se apartaba de mi abrazo; su respiración era agitada y entrecortada, como si le costara encontrar el aire que necesitaba para calmarse. Como hermano mayor, lo rodeé con mis brazos, ofreciéndole el soporte que necesitaba. Ese gesto tan íntimo y lleno de significado parecía ser la única ancla que lo manten&ia