El agente empezó a recoger sus cosas, pero no antes de fijar su mirada en la mujer que acababa de declarar su intención de quedarse tras las rejas. Había una determinación y un aire de orgullo que lograban mantener cautiva la atención de todos. Pero estaba ahí para trabajar.
—Muy bien, señora Cintia —cambió su mirada hacia ella—. También ha llegado el abogado de su esposo. —No lo necesito, no lo quiero. Yo soy culpable —dijo Cintia, con firmeza, sin apartar la mirada del agente ni flaquear un instante. —Es su derecho —respondió el agente, observando a las mujeres con una mezcla de incredulidad y frustración—. Muy bien, en un momento iremos por esas pruebas que me ha mencionado. Pero como las tres han confesado, creo que esto será solo una formalidad. Tomen, escriban sus confesiones. El silencio en la habit