Unas acaloradas voces me despiertan. Estoy atontada y desnuda en la cama. Corro a vestirme, mientras a mi mente vienen las imágenes de mi noche de placer, sintiendo cómo todo mi cuerpo despierta ante el deseo. No puedo creer que accediera a tener sexo con Leonard. Pero lo peor no es eso; me di cuenta de cómo él se aguantaba, cómo medía cada cosa que me hacía, y mi mente y mi cuerpo deseaban al loco y salvaje Leo, no al delicado y considerado señor Leonard. Estoy toda confundida.
Entro al baño, me lavo la boca y la cara rápidamente. Paso el cepillo por mi cabello y salgo a ver con quién discute tan acaloradamente mi Leo. ¡Oh Dios, qué dije! ¿Mi Leo? ¿En verdad me gusta ese hombre? ¡Despierta, Clío! Me digo, sacudiendo mi cabeza. Aunque me guste, tengo que reconocer que no estoy enamorada de Leonard. Al acercarme, las voces se vuelven más clara