Me quedo observándolo ahora, tan atento y considerado, mientras a mi mente vienen las terribles cosas que me hizo aquella noche, y me suelto de su mano. Él gira a mirarme y baja la mirada. Luego, nos sentamos uno al lado del otro. Esperamos un rato hasta escuchar que nos llaman.
Al entrar en la consulta, un doctor nos atiende. Se me queda mirando de una manera extraña, pero no le damos importancia. Leo me hace sentar a mí, y él se queda de pie a mi lado.—Señor y señora del Castillo. ¿Desde cuándo tienen fiebre? —pregunta el doctor con profesionalidad.—Amanecimos enfermos —contesto yo.—No es así, doctor. Ella anoche tenía fiebre; yo le di dos aspirinas y se le pasó —aclara Leo. El doctor se queda mirándolo fijamente y luego a mí. Su mirada permanece fija en nosotros unos segundos más, como si estuviera atrapado en una conf