La noche empezaba a caer sobre el edificio, y las luces hacían que las sombras de las mujeres se alargaran en las paredes, incapaces de ocultar la carga de los secretos y las decisiones que habían tomado.
—El último día que nos vimos, mi papá me descubrió en la cama con Bernardino y me mandó a su casa. Al otro día, él me obligó a casarme; desde entonces soy su esclava sexual —dijo Cintia fríamente, sin un atisbo de emoción en su voz. —¿Por eso no te hemos visto? ¿Y qué pasó con tu hijo? —preguntó Edna, mientras intentaba comprender el aspecto desaliñado y derrotado de la mujer frente a ella. —Pues el niño está muy bien. El padre lo lleva con él a todas partes y lo trata de maravilla, no puedo negar eso —Cintia hizo una pausa; su voz temblaba—. Pero a mí..