Kael
La observé mientras dormía, con la luz del amanecer filtrándose por las cortinas y dibujando patrones dorados sobre su rostro. Auren respiraba con suavidad, ajena a mi escrutinio, a mis pensamientos, a la tormenta que se desataba en mi interior cada vez que la miraba. Sus pestañas proyectaban pequeñas sombras sobre sus mejillas, y un mechón rebelde de cabello caía sobre su frente. Tuve que contener el impulso de apartarlo.
¿Cuándo había comenzado a importarme tanto? ¿En qué momento la hija bastarda del Rey, la mujer que debía vigilar, se había convertido en alguien por quien estaría dispuesto a arriesgarlo todo?
Me aparté de la ventana de sus aposentos, donde montaba guardia desde el exterior. Nadie cuestionaba ya mi presencia constante cerca de ella. Para la corte, yo era simplemente el guardián asignado a la prometida extranjera. Para mí, me había convertido en algo mucho más complejo.
La vulnerabilidad de Auren era engañosa. Bajo esa apariencia frágil y esos modales refinados