Kael
El amanecer llegó con una crueldad silenciosa. Los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana de mis aposentos en el ala este del castillo, iluminando el mapa desplegado sobre mi mesa y la carta sellada con el emblema real. Órdenes directas. Claras. Implacables.
Me pasé la mano por el rostro, sintiendo el peso de una noche sin sueño. Las palabras del rey Darius resonaban en mi cabeza como un martillo golpeando contra un yunque: "Tráela ante mí, viva o muerta. Pero si elige resistirse, no arriesgues a tus hombres. Una bastarda no vale la sangre de soldados leales."
Una bastarda. Así la llamaba su propio padre.
Me acerqué a la ventana y observé el patio de armas donde mis hombres ya se preparaban, revisando sus armas, ajustando armaduras. Confiaban en mí. Seguirían mis órdenes sin cuestionarlas porque yo era el Comandante de la Guardia Real, el brazo ejecutor de la voluntad del rey.
Un título que antes llevaba con orgullo y que ahora pesaba como una cadena.
—Comandante —la v