Auren
El silencio de mi habitación se había convertido en mi único confidente. Las paredes, testigos mudos de mis pensamientos, parecían acercarse cada día un poco más. Llevaba horas sentada junto a la ventana, observando cómo el sol se ocultaba tras las montañas, tiñendo el cielo de tonos rojizos que me recordaban a la sangre.
Sangre real. Mi sangre.
Extendí la mano y contemplé las líneas de mi palma. ¿Cuánto de mi padre corría por mis venas? ¿Qué parte de mí pertenecía realmente a la corona que nunca me reconoció? Quizás era mejor así. Los bastardos reales rara vez tenían finales felices en las historias que me contaba mi madre.
Mi madre... su rostro se desvanecía un poco más cada día en mi memoria.
Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos. No respondí, pero la puerta se abrió de todos modos. Era Liora, la doncella que me habían asignado, con una bandeja de comida que dejó sobre la mesa sin decir palabra. Antes de marcharse, deslizó algo bajo el plato. Esperé a que saliera