Kael
El amanecer llegó con una crueldad particular ese día. Los primeros rayos de sol se filtraban por las cortinas de mi habitación como intrusos no deseados, iluminando cada rincón de mi conciencia que intentaba mantener en penumbra. Me incorporé en la cama, pasando una mano por mi rostro sin afeitar. El espejo frente a mí devolvía la imagen de un hombre dividido: el comandante leal y el traidor en potencia.
Auren. Su nombre se había convertido en un mantra silencioso, una plegaria y una maldición al mismo tiempo. La hija bastarda del Rey, la mujer que debía vigilar, se había convertido en mi obsesión más peligrosa.
Me vestí con deliberada lentitud, como si cada prenda fuera una armadura contra mis propios deseos. El uniforme negro de la guardia real de Nordvale, con sus insignias plateadas, representaba todo lo que era y todo lo que había jurado proteger. Y sin embargo, allí estaba yo, contemplando traicionar a mi príncipe, a mi reino, por una mujer cuyos ojos verdes parecían conte