Auren
La verdad es como una daga. Puede protegerte o puede matarte, dependiendo de quién sostenga el mango. Y yo, que había pasado mi vida entre sombras, sabía que ahora sostenía un arma demasiado afilada.
El pasadizo secreto tras el tapiz de la sala este era más estrecho de lo que recordaba. Las paredes de piedra parecían cerrarse a mi alrededor mientras avanzaba con la antorcha en alto, iluminando apenas unos metros por delante. El aire olía a humedad y a secretos antiguos.
—¿Estás segura de que es por aquí? —susurró Kael a mis espaldas, tan cerca que podía sentir su aliento en mi nuca.
—He recorrido estos pasadizos desde que tenía doce años —respondí sin volverme—. Conozco cada piedra, cada giro.
Lo que no le dije es que nunca había tenido a alguien siguiéndome por ellos. Mucho menos al comandante de la guardia enemiga. Mucho menos a alguien que hacía que mi corazón latiera como si quisiera escapar de mi pecho.
—La carta que encontré en el despacho del Duque de Merovia menciona est