La noche antes de la cirugía fue la más larga de la vida de Camila.

Había firmado los formularios de consentimiento inicial con la Dra. Chen, pero el peso de esa firma no había disminuido. Si algo, había crecido con cada hora que pasaba, hasta que sentía como si estuviera cargando el mundo entero sobre sus hombros.

Don Ricardo había dejado claro que no confiaba en su juicio. Los ejecutivos de Montes Industries murmuraban en los pasillos sobre las implicaciones legales y financieras si algo salía mal. Incluso algunos médicos habían sugerido opciones "más conservadoras"—un eufemismo, Camila había aprendido, para tratamientos que prolongarían su agonía pero no necesariamente salvarían su vida.

Todos tenían opiniones. Todos tenían consejos. Pero al final del día, la única firma que importaba en ese consentimiento era la de ella.<