Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl despertador interno de Catalina la arrancó del sueño exactamente a las seis de la mañana, como había aprendido a hacer después de semanas de entrenamiento pavloviano. Ya no necesitaba que las sirvientas abrieran las cortinas para despertarla. Su cuerpo había memorizado el horario con la precisión de un reloj suizo.
Se sentó en la cama, observando las paredes de su habitación en el palacio. Eran hermosas—seda color marfil con adornos dorados, pinturas de maestros antiguos, muebles que habían pertenecido a reinas durante siglos. Era una jaula exquisita, pero seguía siendo una jaula.
La rutina comenzó como siempre. Baño a las seis y diez, las sirvientas esperando con toallas calentadas y aceites perfumados. Desayuno a las siete en punto en el comedor privado donde la reina Margot revisaba cada bocado con ojos de halcón. Lecciones de protocolo de ocho a once, donde una mujer de setenta años con voz como papel de lija le recordaba constantemente que su postura era demasi







