Capítulo 109.
Pov Armando.
El avión tocó tierra en Buenos Aires y sentí un nudo en el pecho. Llevaba días soñando con ese instante, con abrir la puerta de la mansión y encontrar a mis hijos corriendo hacia mí, con Valeria en la escalera, mirándome como solía hacerlo antes de que todo se rompiera. Había cumplido mi juramento: Maduro ya no existía. Pero la victoria no era completa. Carla había escapado. Y su sombra, más que nunca, me seguía hasta aquí.
Bajé del avión privado acompañado de Jeremías y Víctor. No necesitábamos palabras: los tres sabíamos que la guerra no había terminado.
—Al fin volvemos a casa, hermano —me dijo Jeremías, dándome una palmada en la espalda.
Asentí, pero mis pensamientos ya estaban en otro lugar. En ellos. En mi familia.
La mansión se alzaba igual que siempre, firme, como si los años de sangre y batallas no hubieran pasado por sus paredes. Cuando crucé el portón y la vi iluminada en la noche, el corazón me golpeó con fuerza. Apenas abrí la puerta, escuché un grito agudo: