POV Armando.

La humedad de la selva me cubría como un manto espeso. El calor era sofocante, pero no podía permitirme pensar en eso. Mis botas se hundían en la tierra fangosa mientras avanzábamos. El aire estaba cargado de tensión, como si la misma selva supiera que algo iba a estallar esa mañana.

La columna de tiendas improvisadas apareció frente a nosotros. Mujeres fingiendo cocinar, niños correteando, hombres cargando cajas de medicinas. Demasiado ordenado, demasiado perfecto. Carla había montado un teatro impecable.

—Todos atentos —susurré por la radio—. Nadie dispara hasta que yo dé la orden.

El silencio se volvió absoluto. Solo se oía el zumbido de los insectos y el crujido de hojas bajo nuestras botas. Avancé con mi célula al frente, el fusil pegado al hombro, los ojos escaneando cada sombra.

Y entonces pasó.

El primer disparo vino desde la colina. Una ráfaga de ametralladora cortó el aire, silbando sobre nuestras cabezas. Al mismo tiempo, las “mujeres” dejaron caer las ollas y