UN TRATO PELIGROSO

AURA.

Estoy en la cocina de nuestro pequeño apartamento. La carpeta con el nombre de Christopher Jones descansa sobre la encimera de mármol sintético, tan fuera de lugar como un diamante en el fregadero. La emoción me revuelve el estómago, pero trato de parecer tranquila para ella.

Lily, mi hermana menor, está sentada sobre la encimera. Se niega a usar la silla de la cocina, argumentando que desde arriba puede ver mejor cómo la ciudad se ilumina al anochecer. Lily tiene osteogénesis imperfecta, la enfermedad de los "huesos de cristal". Sus huesos son frágiles, casi quebradizos; una caída simple puede significar semanas enyesada. Su vida es un equilibrio constante entre la alegría de vivir y el miedo a la fractura. Por eso lucho tan ferozmente por mantener este trabajo.

— ¡No puedo creerlo, Lily! Christopher Jones. El genio del perfume —le cuento, sin poder contener mi sonrisa—. ¡Voy a entrevistarlo! Es la cumbre, hermanita. Nadie, nadie lo ha conseguido.

Lily sonríe, sus ojos grandes y azules brillan con un entusiasmo contagioso. Ella es mi mejor amiga, mi ancla y la razón de mi coraje.

— Lo sabía, Aura. Sabía que ibas a ser tú —dice, balanceando con cuidado sus pies en el aire—. Es la recompensa por enfrentarte al monstruo de Keller. Apuesto a que Jones huele a triunfo y a misterio.

— Seguro huele a cien millones de dólares —me río, sintiendo una punzada de excitación y nerviosismo.

Me apoyo en el mesón, revisando la carpeta, mientras Lily intenta bajar. Está a punto de saltar de la encimera para alcanzar la silla, a pesar de mis advertencias constantes.

— Espera, Lily, dame la mano...

Pero es demasiado tarde. Lily se inclina, sus dedos rozan el borde del mármol. Resbala.

El movimiento es increíblemente rápido, antinatural. Un segundo está ahí, brillante, feliz. Al siguiente, su cuerpo liviano se desploma. Un sonido seco, demasiado agudo, inunda la cocina antes de que pueda amortiguar su caída.

— ¡Ah! —Un grito ahogado se escapa de sus labios.

Caigo de rodillas junto a ella. Sus ojos están llenos de lágrimas, no por el golpe en sí, sino por la agonía repentina que atraviesa su cuerpo. Mi mirada viaja inmediatamente a su tobillo.

Giro la cabeza y lo veo. El hueso no está donde debería. Su pie está en un ángulo perturbadoramente incorrecto. Una nueva fractura. Y yo, absorta en la emoción de mi carrera, no pude detenerlo.

El aroma de la euforia se evapora de golpe, reemplazado por el olor metálico del miedo y el dolor de mi hermana.

Actúo por instinto, la adrenalina reemplaza el pánico. Levanto a Lily con la máxima delicadeza, inmovilizando su tobillo torcido lo mejor que puedo. El camino hasta el hospital más cercano es una niebla de claxonazos y luces rojas. La Osteogénesis Imperfecta de Lily nos ha hecho asiduos a estas emergencias; al menos, conocemos el protocolo.

Una vez allí, el personal médico la ingresa de inmediato. El Doctor Chen, quien maneja el historial de Lily y su fragilidad ósea, la toma bajo su cuidado. Lo último que veo antes de que la empujen tras las puertas batientes es el rostro pálido de mi hermana, contorsionado por el dolor, pero aún así ofreciéndome una media sonrisa tranquilizadora.

Me quedo sola en el pasillo de espera, un corredor aséptico y helado. Me siento en una silla de plástico, la carpeta de Christopher Jones aún apretada en mi regazo. La euforia de la mañana ha sido pulverizada por la realidad.

Unos minutos después, mientras me hundo en la culpa y en la preocupación financiera que se avecina, una sombra se proyecta sobre mí. Levanto la vista y veo a un hombre alto, vestido con una chaqueta gris y un aire de autoridad contenida. No lo reconozco.

— ¿Aura Stone? —pregunta con una voz grave y cortante.

Me pongo tensa al instante.

— Sí.

— Soy el Detective Marcus Thorne, de la Unidad de Delitos Mayores. Necesito unos minutos de su tiempo, señorita Stone.

El aire se me va de los pulmones. ¿La policía? ¿Por qué? ¿Es por el congresista Keller? ¿Me ha denunciado? ¿O me ha mandado a intimidar? El miedo se mezcla con la rabia.

— Estoy esperando noticias de mi hermana, detective —logro decir, tratando de ocultar el temblor en mi voz.

Thorne me mira, su expresión es inmutable, profesional.

— Lo sé. Seré breve. ¿Podríamos ir a la cafetería? Es por un asunto que requiere discreción.

Asiento, mi mente ya corriendo a mil por hora, intentando recordar cada línea de mi reportaje sobre Keller. Me levanto, sintiendo que no tengo control sobre nada. Sigo al detective por los pasillos hasta la cafetería del hospital, un lugar ruidoso y con olor a café amargo, el escenario perfecto para una conversación que sé que va a ser todo menos ordinaria. Nos sentamos en una mesa apartada.

— Bien, Detective Thorne —digo, mirándolo fijamente—. ¿Qué quiere de mí?

Él se inclina ligeramente sobre la mesa, su voz bajando a un tono casi confidencial.

— Estoy investigando la muerte del padre de Christopher Jones. Ocurrió hace años bajo circunstancias... ambiguas. No fue un caso cerrado satisfactoriamente para la policía.

Mis ojos se abren con incredulidad. ¿El patriarca Jones?

— ¿La muerte de Jones? ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

— La familia Jones opera como una sombra —explica Thorne, su voz áspera—. Sabemos que existen, que mueven hilos globales, pero son impenetrables. Viven en un silencio que ninguna agencia de investigación logra romper. Son, literalmente, fantasmas con chequera.

Hace una pausa y su mirada se dirige a la carpeta en mi regazo, la que tiene el nombre de Christopher Jones.

— Usted va a entrevistarlo. Usted tendrá acceso a su entorno. Yo no puedo acercarme a ellos. Si lo hago, se esfuman. Pero usted, señorita Stone, usted tiene la llave.

— ¿Y pretende que yo investigue la muerte de su padre durante una entrevista? —El sarcasmo se cuela en mi voz—. Señor Thorne, la entrevista se centrará en su imperio, en sus perfumes, en su éxito. No voy a preguntarle sobre rencillas familiares.

Thorne sonríe levemente. No es una sonrisa amable; es estratégica.

— La idea es que usted consiga algo más que una primicia, señorita Stone. La idea es que logre penetrar su círculo íntimo.

— ¿Cómo que penetrar su círculo?

Thorne se inclina aún más, y el tono profesional se derrite, reemplazado por una insinuación calculada. Me siento incómoda, pero atenta.

— Seamos francos. Usted es una periodista brillante, lo sé. Pero también es una mujer de una belleza singular. Usted tiene esa cualidad, esa intensidad, que le permite ingresar a la mente de cualquier hombre, señorita Stone. No me refiero solo a conseguir una cita. Me refiero a que se convierta en una obsesión para él. La información vital no está en su sala de juntas. Está en su espacio personal. Y Aura Stone, usted es capaz de llegar allí.

Siento el rubor subir por mi cuello. El detective no está pidiendo periodismo; está pidiendo seducción. Y está apelando a mi vanidad para que acepte un riesgo que va mucho más allá de mi profesión.

— ¿Me está pidiendo que use mi atractivo para manipular al hombre más poderoso del mundo?

— Le estoy pidiendo que utilice todas sus herramientas para obtener una verdad que está enterrada, señorita Stone —corrige Thorne, sin arrepentimiento—. Solo usted puede hacerlo sin que él se dé cuenta de que está siendo investigado.

Me cruzo de brazos, la adrenalina ahora convertida en escepticismo frío.

— No sé, Detective Thorne. No estoy segura de querer cruzar esa línea —confieso. Mi moral periodística se debate contra la necesidad de un gran reportaje.

Thorne me mira fijamente, y ataca mi ambición con precisión quirúrgica.

— No mienta, Aura. Usted es una periodista. Y un periodista de su calibre siempre está detrás de la verdad, no importa cuán incómoda o peligrosa sea. Si logra desentrañar este secreto, si descubre lo que realmente ocurrió con el patriarca Jones, su reputación se disparará a una estratósfera diferente. Fama, respeto global, y un ingreso que le garantizará la tranquilidad a usted y a su hermana de por vida.

Mis ojos se desvían hacia el pasillo, donde Lily está siendo atendida. El pensamiento de su fragilidad, de las facturas médicas, es mi mayor vulnerabilidad.

— Si la familia Jones es tan peligrosa como usted insinúa —pregunto, sintiendo un escalofrío—, ¿qué garantías tengo yo? ¿Qué seguridad me ofrece la policía para convertirme en su espía?

Thorne se endereza, su rostro recupera la dureza profesional.

— Las garantías son limitadas, señorita Stone. Usted estará operando en la clandestinidad. Pero puedo prometerle esto: tendrá un canal de comunicación seguro y constante conmigo. Analizaremos cada avance, cada riesgo. Además, si el señor Jones intenta algo... inapropiado o amenazante, seré la única persona que intervendrá. Consideraremos su seguridad como una prioridad absoluta.

Me extiende una pequeña tarjeta en blanco.

— Este es un número cifrado. Úselo solo para contactarme. El riesgo es alto, pero la recompensa es la verdad. Y, francamente, creo que usted necesita esta verdad tanto como yo.

Miro la tarjeta en mi mano. Es un trato con el diablo, disfrazado de exclusiva periodística.

En mi mente, los argumentos giran a la velocidad de un ventilador roto.

Contras: Esto es inmoral. Estoy traicionando mi ética periodística al usar el atractivo físico como arma. Si Christopher Jones descubre el engaño, mi vida se convierte en un blanco. El peligro es real.

Pros: Si triunfo, el dinero de esa exclusiva me asegurará el tratamiento de Lily de por vida. Puedo comprar la salud de mi hermana. Además, si el padre de Jones fue víctima de un crimen, es mi deber desenterrar la verdad. El reportaje me llevará a una reputación global, inalcanzable de cualquier otra forma.

El silencio se estira. Miro el pasillo donde están tratando a mi hermana. Su tobillo roto es la prueba palpable de que la vida es frágil y costosa. La verdad vale el riesgo.

— Acepto, Detective Thorne —digo, mi voz firme y decidida. Dejo mi moral a un lado. La seguridad de Lily pesa más que cualquier código.

Thorne recoge su vaso de café vacío con una calma calculada.

— Sabía que lo haría, señorita Stone. Usted y yo compartimos una cualidad: la incapacidad de dejar una verdad enterrada.

Agarro la tarjeta, sintiendo el filo del compromiso.

— Pero quiero ser clara: mi objetivo principal sigue siendo la entrevista. Pero si Jones me abre una puerta, yo la cruzaré. Y usted será el primero en saberlo.

— Ese es el espíritu —asiente Thorne. Se levanta—. Recuerde: escuche atentamente todo lo que no dice. Y si siente peligro, llámeme.

El detective asiente una vez más antes de desaparecer entre la multitud de la cafetería.

Me quedo sola, con el peso de la investigación policial sobre mis hombros y la carpeta de Jones en la mano. La urgencia es doble: la entrevista y el acceso.

Salgo de la cafetería y me dirijo al rincón más tranquilo del pasillo. Abro la carpeta, tomo el número directo de Verónica Taliaferro. No hay tiempo que perder.

Marco el número. Tras solo dos tonos, una voz femenina, pulcra y con acento británico, atiende.

— Despacho de la Señorita Taliaferro.

— Habla Aura Stone, periodista. El señor Hayes me indicó que la contactara sobre la entrevista con el señor Jones.

— Ah, la Señorita Stone. La estábamos esperando —responde Verónica, sin una pizca de sorpresa. Su tono es frío y profesional—. El señor Jones tiene una ventana. Mañana a las once de la mañana. En la sede corporativa, el edificio Jones Tower. No llegue tarde.

— Entendido. Mañana a las once.

Cuelga antes de que pueda agradecer. La entrevista está concertada. Sostengo el teléfono, sintiendo que acabo de firmar una tregua con el enemigo. Mañana entro en la boca del lobo. Mañana conozco al perfumista.

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