Sofía
A veces, me pregunto si de verdad quiero entender lo que está pasando entre Alexander y yo. La verdad es que no sé si deseo resolver el enigma que me ha propuesto con sus gestos, su mirada, con todo lo que hace y no hace. Es como un rompecabezas en el que las piezas nunca encajan, pero sin embargo, no puedo dejar de intentar encontrar el patrón. Y lo peor de todo es que, cuanto más lo intento, más atrapada me siento.
Lo que sé, lo que estoy segura de que sé, es que cada vez que cruzo la puerta de su oficina, siento como si el aire se volviera más espeso, como si una corriente invisible tirara de mí hacia él. Sus ojos, esa mirada tan intensa que parece atravesarme, tienen un poder que no puedo negar. Y cuando la distancia entre nosotros se estrecha, cuando nuestras manos se tocan accidentalmente, un escalofrío recorre mi columna vertebral. No puedo evitarlo. No es solo atracción, es algo mucho más complejo. Es como si en esos roces hubiera un mensaje que él ni siquiera tiene que verbalizar, algo que está diciendo sin palabras, pero que, al mismo tiempo, lo calla todo.
Hoy, como todos los días desde hace semanas, Alexander sigue siendo un acertijo al que no sé si quiero encontrarle respuesta. Hay algo en su actitud que me descoloca, un vaivén entre la indiferencia y el acercamiento, entre lo profesional y lo personal, que me hace cuestionar si este tira y afloja entre nosotros es algo que realmente quiero seguir alimentando. No puedo dejar de pensar que, en algún punto, este juego que él parece estar jugando conmigo se volverá demasiado peligroso para mi propio corazón.
El día comenzó como cualquier otro, con papeles que firmar, llamadas que atender, pero algo en el aire era diferente. O tal vez, solo estaba empezando a darme cuenta de lo que realmente ocurría. Me encontré observando más de lo habitual a Alexander. La forma en que se mueve, el leve fruncir de su ceño cuando se concentra, los gestos sutiles que antes pasaban desapercibidos, pero que ahora me parecen tan claros como si me estuviera hablando en un idioma secreto. Todo en él tiene un magnetismo inquietante. Y lo peor es que, incluso sabiendo que debo mantener distancia, me atrae más que nunca.
Hubo un momento, cerca del mediodía, cuando me acerqué a su escritorio para entregarle unos informes. Mientras lo hacía, nuestras manos se rozaron. No fue un accidente. Lo sé porque pude sentir su pulso acelerado, lo vi en su mirada. La tensión en el aire se volvió densa, más fuerte, más difícil de ignorar. No supe cómo reaccionar. Ni él tampoco.
—Gracias —dijo con voz grave, apenas mirándome, pero sus palabras no eran lo que me había quedado grabado. Fue el leve destello de su mirada, esa chispa de algo que no estaba dispuesto a admitir, lo que me hizo cuestionar todo lo que había asumido sobre él.
La tarde transcurrió en un silencio incómodo, cargado de miradas que no podían ser más elocuentes si hubieran sido palabras. Cada vez que cruzaba la oficina, me parecía que su presencia me rozaba, me llamaba, y yo no podía evitarlo. Cada vez que me veía en el espejo de la sala, sus ojos parecían seguirme, como si estuviera esperando algo de mí, algo que no sabía si podía o quería darle.
Mi mente estaba llena de preguntas sin respuestas. ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué quería él de mí? Y, lo que era aún más importante, ¿qué quería yo de él? No podía negar la atracción, pero había algo más, algo más profundo que no entendía. Me sentía como si estuviera atrapada entre el deseo y el miedo, entre la fascinación y la resistencia.
Finalmente, después de una reunión particularmente tensa con un cliente, decidí que no podía seguir con esto sin confrontarlo. Necesitaba saber qué estaba pasando entre nosotros, por qué todo esto se sentía como una especie de danza que no lograba entender. Así que, cuando la última puerta de su oficina se cerró tras el último cliente, me armé de valor.
Entré sin esperar respuesta. El sonido de mis tacones resonó en el pasillo vacío mientras caminaba hacia su escritorio. Alexander estaba allí, frente a su computadora, pero cuando me vio entrar, levantó la vista, y en ese momento su expresión cambió. Fue como si todo lo que había estado callado en su interior emergiera en un solo segundo. Era evidente que me esperaba, o tal vez, de alguna manera, había estado esperando que lo confrontara.
—Necesito hablar contigo —dije, mi voz temblando ligeramente a pesar de mi esfuerzo por mantenerla firme.
Él asintió sin decir una palabra, y eso solo hizo que mi ansiedad aumentara. Era como si todo lo que había dicho y hecho hasta ese momento tuviera más peso ahora. No había vuelta atrás.
—¿De qué se trata, Sofía? —preguntó, con esa misma frialdad que siempre tenía cuando no quería que lo leyeran. Pero había algo en su tono que me hizo pensar que esta vez era diferente. Algo había cambiado.
Tomé una respiración profunda antes de hablar. La pregunta que tenía que hacer me quemaba en los labios.
—¿Qué está pasando entre nosotros? —mi voz sonaba más débil de lo que pretendía. Pero no podía volver atrás. Necesitaba saber.
Hubo un largo silencio. Demasiado largo. Me sentí vulnerable, como si hubiera abierto una puerta que no podía cerrar. No sabía si quería escuchar la respuesta o si temía que fuera demasiado tarde para retroceder.
Alexander se levantó lentamente de su silla, y cuando lo hizo, la distancia entre nosotros se redujo, haciendo que mi pulso se acelerara. Me miró como si estuviera evaluando cada palabra, como si fuera un acertijo del que no sabía si quería encontrar la respuesta.
Finalmente, rompió el silencio.
—No lo sé —su respuesta fue directa, pero de alguna manera sentí que había algo más, algo que no estaba dispuesto a compartir. Algo que me dejaba aún más confundida.
Mi mente dio vueltas en torno a sus palabras. ¿Eso era todo? ¿No lo sabía? No podía ser tan simple.
—¿Qué significa eso? —pregunté, casi en un susurro.
—Significa que... no te vayas a ningún lado, Sofía. Aún no. —Su voz fue baja, casi un murmullo. Un aviso, tal vez, o una amenaza.
El aire entre nosotros estaba cargado de algo que no podía identificar. ¿Era miedo? ¿Confusión? No lo sabía, pero lo sentía en mis huesos. Algo se estaba desmoronando. Y aún así, no podía alejarme.
Porque había algo en él. Algo que me mantenía atada, algo que no era solo deseo. Y eso me aterraba. Pero aún así, seguía allí, incapaz de dar un paso atrás.
La pregunta era: ¿cómo seguiría este juego ahora que ambos sabíamos que no había forma de salir de él?
Mi respiración se aceleró, pero no lo dejé ver. La única certeza que tenía en este momento era que, a pesar de todo, no podía huir de lo que estaba sucediendo.