4

Alexander

Mantuve la mirada fija en el teléfono, pero mis pensamientos estaban en otro lugar. Aquel maldito mensaje de Sofía todavía resonaba en mi cabeza, como una vibración molesta que no se detenía. Estaba decididamente fuera de lugar, en ese momento en que todo en mi vida parecía estar bajo control. Todo… menos ella.

El día había comenzado con la frialdad que caracterizaba mis mañanas, con una rutina que me daba seguridad. Pero desde que la vi entrar en la oficina aquella mañana, todo comenzó a tambalear. La había observado mientras tomaba su asiento en su escritorio, esa pequeña sonrisa nerviosa que siempre se dibujaba en sus labios cuando nuestros ojos se encontraban. Y lo peor de todo era que lo notaba. Sabía lo que eso significaba. Ella me atraía. Como un imán, sin remedio. Y eso nunca fue parte de mis planes.

Mi mundo nunca había incluido el desorden emocional que Sofía estaba trayendo consigo. No estaba acostumbrado a perder el control, a sentir cómo algo tan trivial como un roce con ella me dejaba intranquilo, inquieto, consumido por una sensación que no sabía cómo manejar. Había aprendido a mantener las distancias, a seguir las reglas, a ser el jefe que todos temían. Pero ahora, aquí, en este espacio que había considerado completamente mío, esa sensación de estar perdiendo algo comenzó a apoderarse de mí.

La vi hoy, de nuevo, en la sala de juntas. Su presencia siempre era una distracción. Las demás personas en la mesa parecían insignificantes, como si se desvanecieran cuando ella estaba cerca. Me maldije por no poder apartar la mirada de ella, pero también por la forma en que mi mente jugaba con pensamientos que jamás había permitido. Y, sin embargo, algo en mí quería cruzar esa línea.

—Alexander. —El sonido de su voz me sacó de mis pensamientos. Miré hacia arriba, y ahí estaba ella, con esa mirada curiosa, escudriñando cada centímetro de mi rostro, buscando respuestas que no tenía intención de dar.

—¿Algo en lo que te pueda ayudar, Sofía? —Respondí, buscando mi habitual tono autoritario, pero algo se colaba en mi voz. Quizás un poco más suave, tal vez un toque de cansancio, una frágil grieta en mi control. No podía dejar que ella lo notara.

—Solo quiero saber… —Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire, como si no supiera si debía preguntar algo tan directo. Sabía lo que pensaba. Se debatía entre la curiosidad y la prudencia. Se notaba que estaba aprendiendo a navegar por las aguas turbulentas de mi mundo.

Su expresión era intrigante, como siempre. Había algo en sus ojos que no era tan simple como lo que intentaba mostrar. Los observé durante un segundo más largo del necesario. Aquellos ojos oscuros, con una intensidad que parecía envolverme, hacían que las reglas que había establecido se sintieran más como una cárcel que una protección.

Tú controlas todo, me repetí mentalmente. Pero el eco de esas palabras no lograba calmar lo que se estaba despertando en mí.

Cuando ella se alejó, me sentí un poco más aliviado, aunque la calma nunca duró lo suficiente. Cada vez que estaba cerca de ella, cada conversación, cada mirada, se sentía como una violación de mis propios principios. Mis manos, normalmente firmes, temblaron por un momento. No era un temblor físico. Era el reconocimiento de que ella estaba rompiendo las barreras de mi mente, de mi vida, sin esfuerzo alguno.

Pasaron unos días desde ese mensaje de la noche anterior, y el peso de la situación me pesaba cada vez más. Me maldije una y otra vez, porque en mi mente, ya no podía sacarla de ahí. Esos ojos, esa sonrisa, esa vulnerabilidad que ella ni siquiera intentaba ocultar. Me desestabilizaba, lo sabía, pero no tenía ni la más mínima intención de retroceder.

En la oficina, esa tensión estaba volviendo a ser incontrolable. Los días anteriores se habían convertido en una serie de interacciones desmesuradamente formales, demasiado calculadas. Y, sin embargo, no había podido evitarlo. De alguna manera, el magnetismo entre los dos crecía, innegable. Ella me desbordaba sin saberlo.

Era temprano cuando entró en mi oficina. La vi cerrando la puerta con una delicadeza que no correspondía a la habitual firmeza de sus pasos. Algo dentro de mí ya sabía que este encuentro sería diferente.

—Necesito hablar contigo. —Su voz era más firme de lo habitual, como si hubiera decidido que no se detendría ante nada. La vi avanzar hacia mí, y al instante sentí cómo mi corazón aceleraba sin poder controlarlo. Era ridículo. Me detuve a pensar que solo una mujer con una mirada de desafío como la de Sofía podría tener tal poder sobre mí.

—Adelante, siéntate. —Mi voz salió más grave de lo que pensaba, y pude notar cómo sus ojos se alzaron hacia mí con una mezcla de incertidumbre y algo más, algo mucho más profundo.

Tomó asiento, pero la distancia entre nosotros parecía cada vez más diminuta. Los latidos de mi pecho, los míos propios, estaban más cerca de ella que nunca. Observé cómo sus manos jugaban nerviosas con una hoja en la mesa, como si buscara una manera de romper el silencio que se estaba volviendo insoportable.

—Quiero saber qué está pasando entre nosotros. —Y ahí estaba. La pregunta. Directa. Sincera. Impulsada por la misma necesidad que yo sentía, pero que no podía, no debía, reconocer.

Suspiré. No podía hacer esto, no podía permitirlo. Pero, por alguna razón, algo dentro de mí me empujó a romper las reglas, a desafiar lo que siempre había sido una línea clara.

Me incliné hacia adelante, mis dedos tocando suavemente el borde de la mesa. Su mirada se intensificó, y por un momento, sentí que el aire entre nosotros se volvía denso.

—No sé qué quieres decir con eso, Sofía, pero sé lo que está pasando. —Mi voz era un susurro bajo, apenas audible, y aún así estaba cargada de una intensidad que podría derretir el hielo entre nosotros. No esperaba que ella dijera nada más. No esperaba que se acercara. Pero lo hizo.

La distancia, ese pequeño espacio que separaba nuestros cuerpos, desapareció cuando Sofía, sin pensarlo, apoyó su mano sobre la mía. Ese simple gesto desbordó todo control. Mi respiración se aceleró. Algo dentro de mí, una fuerza primitiva que no reconocí, me hizo reaccionar, y la tentación de darle rienda suelta a lo que tanto había reprimido se hizo insoportable.

—¿Qué significa esto para ti? —Sus palabras eran suaves, pero el deseo era evidente. Se filtraba entre sus frases, entre la frágil barrera que estábamos tratando de mantener.

Pero yo sabía que había cruzado una línea. Y en ese momento, la única pregunta que quedaba era si podría detenerme.

El reloj en mi escritorio marca las diez de la mañana, pero en mi mente, el tiempo parece desmoronarse de alguna forma extraña. Cada segundo que pasa, la atracción hacia Sofía se vuelve más difícil de ignorar. El hecho de que ella esté aquí, a unos metros de mí, trabajando bajo mi techo, bajo mis reglas, hace que mi control se vea cada vez más comprometido. Y, por supuesto, ella lo sabe. Lo sabe sin saberlo, pero lo sabe.

Desde que firmó ese maldito contrato, las cosas han cambiado. Lo sé, lo siento, y no hay nada que pueda hacer para detenerlo. Los límites que me he impuesto siempre han sido claros. No mezclar lo personal con lo profesional. Mantener las distancias. No permitir que alguien se acerque lo suficiente como para hacerme perder la cabeza.

Pero Sofía… ella es diferente. Su presencia en mi oficina es una constante distracción. Cada vez que la miro, aunque lo haga rápidamente, mi mente se desboca. Su manera de caminar, la suavidad de su voz, la forma en que se concentra en su trabajo, me resulta… incomodante. Incomodante porque me encuentro pensando en ella, en cómo su rostro se ilumina cuando sonríe, en cómo esa sonrisa tiene el poder de desarmarme de una manera que nunca imaginé que podría suceder.

"¿Alexander?" La voz de Sofía me arrastra fuera de mis pensamientos, un toque de incertidumbre en su tono.

Levanto la vista, encontrándola de pie frente a mi escritorio. Está nerviosa, lo noto en la forma en que se muerde el labio inferior, un gesto que no puede ocultar, y esa simple acción me hace querer dar un paso hacia ella. En lugar de eso, me obligo a mantenerme en mi silla, controlando la necesidad de acercarme.

"¿Necesitas algo, Sofía?" Mi voz suena más fría de lo que quiero que sea, y me maldigo por ello. Pero debo mantener mi distancia. Ella es mi asistente, y eso debe ser suficiente.

"Solo quería preguntarte si hay algo más que deba saber sobre el informe." Sofía me observa fijamente, como si tratara de leerme. Sus ojos, tan intensos, me retan de una manera sutil, y eso solo aumenta la presión en mi pecho. ¿Por qué tiene que ser tan… abierta, tan directa?

"No, todo está claro. Haz lo que te pedí y todo estará en orden." Mi tono es firme, profesional, lo más impersonal posible.

Ella asiente, pero no se mueve. Hay algo en el aire, algo que no puedo identificar completamente, pero que me hace sentir como si estuviera al borde de un precipicio. Algo se está gestando entre nosotros, y no soy tan ingenuo como para no reconocerlo. Hay una química innegable, una tensión palpable que crece cada vez que estamos en la misma habitación.

No es solo el hecho de que sea atractiva, aunque lo es, sino que su presencia me provoca. Me hace cuestionar mis propios límites. Mis propios principios. Ella es una distracción peligrosa, y lo peor es que no quiero hacer nada para alejarla. Al contrario, quiero acercarme, quiero saber qué está detrás de esa fachada de seriedad que siempre mantiene.

"¿Alexander?" Su voz, nuevamente, me arrastra hacia la realidad.

"¿Sí?" Digo sin pensarlo, mirándola ahora con una intensidad que no había tenido antes.

"¿Todo bien?" Pregunta, y por un momento, parece que la barrera entre nosotros se está desmoronando. Está viendo algo en mí, algo que no quiero que vea.

"Todo está bien, Sofía." Respondo, pero mi voz suena vacía, como si ya no estuviera tan seguro de eso. Me he pasado años controlando mis deseos, mis impulsos. Y aquí estoy, permitiendo que una joven con un simple gesto me haga tambalear. Es un juego que no puedo perder, no puedo permitirme perder.

"De acuerdo." Su respuesta es simple, pero no se mueve, sigue allí, observándome, esperando algo más. Un gesto, un cambio en la dinámica. Algo que ella probablemente no entiende, pero que yo sí. Está desafiando el espacio que he creado a su alrededor, sin saberlo, pero lo está haciendo.

La tensión entre nosotros crece aún más cuando escucho sus pasos alejarse, pero incluso después de que su figura desaparece por la puerta, algo en mi interior sigue reviviendo ese instante. ¿Por qué no pude ser más firme con ella? ¿Por qué mis propios deseos están empezando a interferir con mi profesionalismo?

No puedo evitarlo. La necesidad de Sofía está metiéndose bajo mi piel, desintegrando mis barreras, y no sé cuánto más podré resistir.

La tarde avanza, y el silencio que se ha asentado en la oficina parece tan denso como la atmósfera que hemos creado entre nosotros. Cuando Sofía se acerca a mí nuevamente, trayendo el informe corregido, todo lo que puedo pensar es cómo se ve en ese momento: segura, confiada, pero con un destello en los ojos que me dice que ella sabe que hay algo más.

"¿Todo en orden?" Pregunta, entregándome el documento.

"Sí." Asiento, con los ojos fijos en los suyos. Pero no puedo dejar de pensar en lo que pasaría si cruzamos esa línea. Si cruzamos esa maldita línea que siempre he mantenido en mi mente. Pero, ¿qué sucedería si me dejo llevar por lo que siento? ¿Qué sería de nosotros entonces? ¿De mi control?

"Gracias," digo, mi voz bajando un tono, más suave de lo habitual. Un error. Un maldito error.

Ella asiente y da un paso hacia atrás, pero antes de que pueda darse vuelta, la miro. Esa mirada, que parece llena de preguntas, de dudas, de una comprensión que no puedo evitar, me hace sentir vulnerable. Ella se está acercando demasiado, y mi voluntad se está rompiendo.

"Lo haces bien." Es todo lo que soy capaz de decir. No debería, no puedo, pero lo digo.

Sofía parece sorprendida por mi comentario. Sus ojos brillan un poco más, y esa sonrisa pequeña y tímida aparece. Mi corazón late más rápido, y la confusión me inunda. No sé si estoy preparándome para cometer un error monumental, pero de una cosa estoy seguro: si no hago algo pronto, este juego que estamos jugando se convertirá en algo mucho más peligroso.

Mi teléfono vibra sobre la mesa, rompiendo el silencio en la oficina, pero no me muevo. No quiero apartar la mirada de ella, aunque sé que debería.

"Gracias, Alexander," dice ella antes de dar un paso atrás, sus palabras suaves pero cargadas de algo que no logro identificar. Y entonces, sin esperar más, se da vuelta y se aleja, dejándome allí con una sensación inquietante.

Mis propios límites están siendo puestos a prueba, y no sé si puedo seguir ignorándolos mucho más tiempo.

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