Alexander
La oficina está en silencio, y el sonido de la lluvia golpeando las ventanas es lo único que rompe la quietud. He perdido la cuenta de cuánto tiempo he pasado aquí, sentado en mi escritorio, mirando la misma carpeta con documentos que nunca toco. Pero no son los papeles lo que ocupa mi mente. Es ella. Sofía.
¿Cómo se supone que alguien como yo, un hombre que ha construido un imperio sobre el control, sobre el orden, puede entender lo que me está haciendo? ¿Lo que me está provocando?
Nunca supe amar así.
Me pregunto si Sofía lo entiende, si sabe lo que está haciendo al desarmarme de la manera en que lo hace, como si fuera un simple juguete que ella puede romper y recomponer a su antojo. Yo… no sé cómo amar. Y nunca lo supe.
Las mujeres que pasaron por mi vida antes de ella eran simples distracciones, algo con lo que llenar el vacío mientras trabajaba. Pero Sofía... ella es diferente. Cada palabra que pronuncia, cada mirada que me lanza, cada gesto que tiene, es como una cuerda invisible que me ata más y más a ella. Y yo… no sé si estoy listo para eso.
De niño, aprendí rápido que el amor no es algo seguro. Mi padre… nunca estuvo allí para mí. Mi madre, a pesar de su amor, nunca pudo protegerme de la fría indiferencia que él proyectaba. Vi cómo él se alejaba de todo lo que significaba ser vulnerable, cómo construía paredes a su alrededor, y supe que esa era la única forma de sobrevivir en un mundo tan cruel.
Me entrenaron para ser fuerte, para no mostrar debilidad, para no necesitar a nadie. Pero aquí estoy, siendo derrumbado por una mujer. Sofía ha sacudido todo lo que creía sobre el amor, todo lo que pensé que entendía sobre lo que significaba proteger a alguien.
—No puedo seguir así —murmuro para mí mismo, mientras mis manos aprietan la taza de café. La estoy mirando, la misma taza que he usado durante años, pero ahora parece tan ajena. Nada en mi vida parece tener sentido sin ella.
Ella está en mi mente constantemente. Después de todo lo que ha pasado, de todo lo que hemos compartido, ¿cómo puedo seguir negando lo que siento? ¿Cómo puedo seguir negándome a mí mismo lo que sé que quiero, lo que sé que necesito?
Pero ella se ha ido. Y es mi culpa. La empujé demasiado lejos, la traté como una prisionera en su propia vida, y ahora… ¿la he perdido?
Me levanto de mi asiento, caminando de un lado a otro. La ansiedad crece en mi pecho, pero no la ansiedad de perder el control, no. Es algo mucho más aterrador. La ansiedad de perderla a ella.
La odio. La odio porque me hace sentir algo que no había sentido antes. Me hace dudar de todo lo que he sido, de todo lo que he hecho. Soy un hombre que siempre ha sido fuerte, impenetrable, pero con ella…
¿Con ella? Me siento débil. Y no sé cómo manejarlo. No sé si quiero.
Recuerdo la primera vez que la vi, cuando entró en mi oficina, con esa sonrisa desafiante y esa mirada feroz. La forma en que me retó desde el primer momento. Ella pensaba que podía ser una simple secretaria, una más entre las muchas que han trabajado para mí, pero yo sabía que había algo diferente en ella. Algo que me atrajo, algo que no podía ignorar.
Durante años, me convencí a mí mismo de que el control era lo único que necesitaba. El control sobre mi negocio, sobre mi vida, sobre todo. Y ahora… ahora me doy cuenta de que lo único que realmente necesito es a ella. Pero no puedo pedirle que se quede. No puedo arrastrarla a este mundo, a este caos. Es peligroso, y lo sé.
Pero, jodidamente, la quiero.
He construido muros a mi alrededor durante tanto tiempo que he olvidado lo que es vivir sin ellos. Pero con ella… con Sofía, esos muros comienzan a desmoronarse. No puedo dejar que eso pase. No puedo dejar que ella entre en mi vida de la forma en que lo está haciendo, porque si lo hace, todo lo que conozco se desintegrará.
Y eso me aterra.
Pero la verdad es que, aunque me aterra, no puedo ignorarlo. El miedo de perderla me consume más que cualquier otra cosa.
Recuerdo el momento en que ella me dijo que no quería ser una prisionera, que no podía seguir viviendo bajo mi sombra, y yo la miré, sabiendo que tenía razón. Ella no es una víctima, no es una niña. Es una mujer fuerte, una mujer que lucha por lo que quiere. Y eso me hace admirarla más que nunca.
Pero también me hace temerla. Temor a que un día decida irse y nunca vuelva. Y esa idea, esa posibilidad, me destroza.
Ahora, con cada pensamiento que pasa por mi mente, me doy cuenta de que no puedo seguir protegiéndola de mí. No puedo seguir intentando controlarla, porque eso solo la aleja más de mí. Ella no necesita un protector, no necesita que la salve de nada. Necesita a alguien que la elija, que elija estar con ella sin restricciones, sin muros.
Y me doy cuenta de algo crucial: ya no puedo protegerla de mí. Ya no puedo seguir huyendo de lo que siento por ella. No puedo seguir siendo el hombre que tiene miedo de mostrar su vulnerabilidad. Si de verdad quiero estar con ella, si de verdad quiero que ella sea mía, tengo que dejar que me vea tal como soy. Con mis miedos, con mis inseguridades, con todo lo que soy.
Con todos mis fallos.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras tomo una decisión. No voy a esperar más. No voy a dejar que el miedo me controle. La voy a buscar. No para controlarla, no para poseerla, sino para elegirla. Para elegirla a ella, con todos sus defectos, con su fuego, con su libertad. Porque sé que, si la pierdo, no tendré nada.
Así que me voy. No tengo idea de cómo terminará esto, de si me aceptará o me rechazará. Pero lo único que sé es que no puedo seguir viviendo sin ella.
No importa lo que pase. No importa el riesgo. Hoy, voy a ser valiente.
Y voy a buscarla.