Pasaron dos años desde esa Navidad en la casa de Marta. Yo y Ramón nos habíamos casado — todos dijeron que éramos la pareja perfecta, que Ramón era el hombre de mi vida. Pero yo sabía que algo no estaba bien: Ramón llegaba tarde del trabajo, tenía secretos en su celular, siempre preguntaba por Adelaide aunque decía odiarla. Aún así, me hacía la desentendida — quería creer que era feliz, que la mentira de Ramón era la verdad.
Adelaide se había alejado completamente de la familia. Nadie le hablaba, nadie le preguntaba cómo estaba — todos le echaban la culpa de todo, incluso de cosas que no tenían que ver con ella. Mi mamá me decía todo el tiempo: "Qué bueno que te libraste de esa malvada, Raquel. Ramón es un ángel que te mereces."
Yo quería creerlo. Pero a veces, cuando me quedaba sola en casa, pensaba en Adelaide — en la hermana que crié, que cuidé, que amé. ¿Realmente sería capaz de hacerle eso a mí?
Un día de primavera, mi prima Sofía me llamó. "Raquel, necesito hablarte," dijo, con