Tres meses volaron volando, y llegó el día del primer cumpleaños de Ana. Ya no era la pequeña bebé que habían traído de la empresa — ahora reía a carcajadas, gateaba por toda la casa y decía sus primeras palabras: “mami” (para Lina), “tía” (para Elara) y “papi” (para mí).
“¡Hoy es tu día, mi amor!” dijo Lina, entrando en la habitación de Ana con un ramo de flores. Elara venía detrás, con un pastel de vainilla pequeño, decorado con una estrella de azúcar — igual que el collar de Sophia.
Ana estaba en su cuna, gateando hacia el borde, con sus ojos marrones brillantes de alegría. Cuando vio el pastel, soltó un “¡wua!” y movió las manos con emoción.
“Vamos a desayunar primero, y luego comemos pastel”, dijo Elara, cogiendo a Ana en los brazos.
Después del desayuno — avena con frutas, su favorita — decidieron hacer algo especial: ir a la cementerio para visitar la tumba de papá y la de la madre de Lina. Quería mostrarle a Ana a las personas que habían hecho posible su felicidad, que habían