Dos semanas después de la fiesta, el clima en Aetheria estaba perfecto — sol brillante, viento suave y aire que olía a flores de jazmín. Los tres decidieron hacer la primera salida de Ana al parque — el mismo parque donde papá le llevaba a Martín cuando era niño, y donde Lina recordaba a su madre.
“Preparada, mi amor?” preguntó Elara a Ana, que estaba en su cochecito con un gorrito de sol. Había puesto una manta de lana en el asiento, por si hacía frío.
“Claro que sí”, dijo Lina, cogiendo el carrito por un lado. “Espero que le guste — hay muchos niños jugando.”
Yo cogí el carrito por el otro, y salimos de la casa. El camino al parque era corto — caminaron por las calles de Aetheria, saludando a los vecinos que les sonreían al ver a Ana.
Llegaron al parque y se sentaron en el mismo banco donde habían estado la vez que Elara le dijo que quería casarse. El sol calentaba su piel, y escuchaban el ruido de los niños jugando con sus perros, de las personas caminando y de las aves cantando.
“