Los cuervos sobrevolaban el claro con una sincronía inquietante. Lina los observaba desde el ventanal del salón principal, el mismo lugar donde los ancianos de la manada se reunían para tomar decisiones. Pero esa mañana, no eran sólo ellos los convocados. El Consejo de Alfas se acercaba. Y el aire estaba espeso, cargado de presagios.
Una hilera de vehículos negros se detuvo en el linde del bosque. De ellos descendieron hombres y mujeres de porte imponente, cubiertos con capas de piel oscura, con emblemas bordados en plata: el símbolo del Consejo. Cada uno llevaba consigo el peso de generaciones de linaje alfa.
—Esto no es una visita de cortesía —murmuró Lina para sí misma.
—Tienes razón —dijo una voz a sus espaldas. Kian.
Estaba de pie, con los brazos cruzados, vestido de negro, como si presintiera que estaba a punto de librarse una batalla sin armas, pero igual de peligrosa. Su mandíbula apretada era un mal augurio.
—¿Por qué vienen? —preguntó Lina sin girarse—. ¿Es por la marca?
Kia