Thor llamó a Celina, pero no la encontró en el comedor, ni en la cocina.
— ¿Celina? — llamó otra vez, extrañado por el silencio.
Cuando estaba a punto de subir las escaleras para buscarla, ella apareció en la cima de las escaleras.
Thor se detuvo. Literalmente le faltó el aliento.
Celina bajaba los escalones con una gracia hipnotizante.
El vestido verde esmeralda realzaba sus curvas de manera elegante y sutil, el tejido fluía como agua con cada movimiento.
El moño suelto dejaba cabellos dorados enmarcando su rostro, y el maquillaje suave destacaba aún más sus ojos verdes, intensos como un campo iluminado por el sol.
Ella era la visión más hermosa que Thor había visto.
Sin poder contenerse, extendió la mano hacia ella.
— Estás... maravillosa — dijo, con la voz ronca de admiración.
Celina, con una expresión serena y controlada, aceptó su mano y respondió con un simple:
— Gracias.
Sin emoción. Sin brillo.
Thor sintió la frialdad, pero lo ignoró, decidido a hacer de esa noche algo especia