Entonces, en un gesto instintivo, Gabriel la alzó en brazos y la hizo girar por el jardín, riendo como un niño que acababa de recibir el mayor regalo de su vida.
—Dios mío, Ava… —murmuraba, incapaz de contener las lágrimas—. Me hiciste el hombre más feliz del mundo.
La besó con intensidad y, enseguida, se arrodilló frente a ella, pasando la mano con cuidado por su vientre aún discreto.
—Soñé tanto con este momento —dijo con la voz quebrada—. Esperé tanto por ti, mi hijo… No tienes idea de cuánto.
Ava acarició su cabello, conmovida al ver a ese hombre siempre encantador, pero ahora vulnerable, lleno de ternura.
Gabriel se incorporó, secándose las lágrimas, y la atrajo de nuevo hacia sus brazos.
—Amor, esperaba cualquier cosa de ti… menos esta noticia. Me diste todo. Y ahora me das el regalo más grande de mi vida.
Ava sonrió, acariciando su rostro.
—Te aviso desde ya: no quiero fiesta de revelación. Iré directo a hacerme el examen para saber el sexo.
Gabriel rió, aún emocionado.
—Acepto