Ocho años habían pasado desde el juicio y la condena de Isabela.
Para Celina y Thor, ese tiempo estuvo marcado por la reconstrucción, los logros y los nuevos caminos.
Para Isabela, en cambio, los años se vivieron entre rejas, muros altos, sufrimiento y el peso insoportable de sus propios recuerdos.
Aquella mañana, Celina cruzó las puertas de la penitenciaría junto a Thor.
El sonido metálico de los cerrojos retumbaba como martillazos en su mente, y el olor helado de desinfectante mezclado con hierro oxidado parecía adherirse a su piel.
Cada puerta que se cerraba detrás de ellos apretaba aún más su corazón.
Respiró hondo, intentando mantener la calma.
Había leído y releído la carta de Isabela tantas veces que casi la sabía de memoria.
Aun así, estar allí, a punto de enfrentarla cara a cara, era distinto.
Thor caminaba en silencio, su mano firme descansando sobre la cintura de su esposa, un recordatorio silencioso de que estaban juntos en esa decisión.
Cuando finalmente entraron en la sa