Arthur la miró de un modo distinto, un destello malicioso asomando en su sonrisa.
—Ven aquí… —dijo, tirando de ella con suavidad, con una mirada cargada de ternura y deseo—. Quiero disfrutar de mi esposa mientras todavía somos solo nosotros dos. Porque mañana… nuestra vida va a cambiar por completo. Y Miguel… —sonrió de lado, rozando con la mano su vientre— …ese todavía está en el horno.
Zoe soltó una risa, negando con la cabeza.
—Mira… estoy tan emocionada que creo que no voy a poder dormir esta noche.
—Quiero ver si esa emoción sigue igual cuando dos niños estén corriendo por esta casa… —dijo él, con una sonrisa pícara mientras le quitaba la camisola—. Pero, por ahora, voy a aprovechar toda esa energía y encargarme de dejarte bien cansada antes de que lleguen.
Al día siguiente, el ambiente en la habitación era pura expectativa. Arthur, Zoe, Eloísa y Otto estaban reunidos, y Zoe apenas podía quedarse quieta en la butaca. Movía las piernas sin parar, entrelazaba las manos con nerviosi