Aún en la suite del hotel de lujo, Sabrina seguía envuelta en la sábana de seda, sentada al borde de la cama. Con una sonrisa satisfecha, tomó el móvil y marcó.
—¿Hola? —respondió Isabela con voz somnolienta.
—Isa, despierta. El plan funcionó. Lo conseguí —dijo Sabrina, triunfante.
—¿De verdad? ¿Tú y Arthur…?
—Sí. Dormimos juntos. Estaba insaciable. Se notaba que llevaba mucho tiempo sin tocar a nadie.
—Qué noticia maravillosa, Sabrina. Ahora sí me has alegrado la mañana. Te confieso que pensé que no lo lograrías. ¿Y supiste hacerte la víctima cuando él despertó?
—Soy actriz nata —respondió con sarcasmo—. Le dije que él me sacó del bar, que pidió el taxi, que fue él quien me trajo hasta aquí. Que estaba alegre pero lúcido. Me llamó Zoe toda la noche, pero aparte de eso… fue perfecto. Quité las ganas de los viejos tiempos.
—Nada de sentimentalismos, querida. Sé racional. Estás aprendiendo a jugar y lo haces bien. Ahora sí creo que recuperarás a Arthur. El dinero que gasté estuvo bien i