Thor sujetó a Celina por los hombros. Ella estaba en estado de shock, sucia, con el rostro empapado en lágrimas y sollozos contenidos. La guió hasta la furgoneta, atravesando el cordón de seguridad.
—¡Lárgate, asesina! —gritó alguien desde la multitud.
—¡Es poco para lo que hiciste! —vociferó otra mujer, lanzando otro huevo que se estrelló en el capó de la furgoneta.
—¡Arderás en el infierno, desgraciada! ¡A las adúlteras hay que lapidarlas en plaza pública! ¡Sinvergüenza!
Entraron rápidamente. Celina apenas podía respirar. La furgoneta blindada comenzó a alejarse en seguridad, pero aun así las piedras golpeaban los ventanales del restaurante.
Celina se encogió en el asiento, todavía temblando.
—Me odian… querían matarme… —susurró, como si no pudiera creer lo que estaba pasando.
Thor la abrazó con fuerza.
—No lo voy a permitir. Vas a estar bien. Nunca van a tocarte —dijo con voz firme, aunque la mirada le ardía de rabia.
—Perdóname… —lloraba ella—. Perdóname por haberte traído todo es