Dos semanas después, Thor había terminado otra sesión de fisioterapia esa mañana. Aún sentía dolores ocasionales, pero su progreso era visible. Cada semana conquistaba un nuevo límite de su propio cuerpo. La consulta con el fisioterapeuta había sido breve pero eficaz. Le había sugerido nuevos ejercicios de resistencia y Thor, decidido, los asimiló con atención.
Celina lo esperaba fuera de la clínica, sentada en el asiento trasero del coche con gafas oscuras. Cuando Thor entró, ella lo recibió con una sonrisa suave y una mano descansando sobre su vientre, en un gesto casi automático de protección. Él le besó la frente y pidió al chofer que los llevara al restaurante reservado que habían elegido en el barrio Jardins, en São Paulo.
El lugar era discreto, con paredes de madera, ventanales cubiertos de cortinas de lino y un jardín interior con fuentes de agua. Los condujeron hasta una mesa en el fondo, rodeada de plantas, lejos de miradas curiosas.
El almuerzo transcurrió con calma. Despué