Al llegar a la puerta de la habitación, la enfermera la empujó con suavidad.
—Aquí está, señor —dijo con voz baja—. Ella está dormida. El suero ya está casi ajustado.
Thor entró despacio, como si cruzara la línea tenue entre la tormenta y la paz. Allí estaba Celina, acostada, el cabello desparramado sobre la almohada, la expresión cansada pero serena. El vendaje en la frente contrastaba con su piel clara. A su lado, el soporte del suero goteaba con ritmo constante, único sonido que llenaba el ambiente.
La enfermera se acercó al equipo, ajustó algo con suavidad, comprobó los latidos en la pantalla del monitor y anotó en una carpeta. Al girarse para salir, lanzó una mirada gentil a Thor.
—Cualquier cambio, el botón de emergencia está al lado de la cama. Y… ella está bien. Ahora es reposo, calma… y amor —dijo con una sonrisa discreta, casi cómplice, antes de salir de la habitación con la discreción de quien conoce el valor del silencio frente al amor y la fragilidad humana.
En el cuarto