Gabriel terminó un sorbo de café y respondió con calma:
—Estoy esperando una respuesta. Pero no quiero que te pongas ansiosa. ¿Sinceramente? Si dependiera de mí, no trabajarías fuera ahora. Pero respeto tu decisión. Mientras no sobrepases tus límites. La prioridad eres tú y los bebés.
—Necesito trabajar, Gabriel. Quiero tener mi casa y para eso debo ahorrar dinero. Lo que gano con la escritura aún no me alcanza para mantenerme, y dentro de poco los bebés van a nacer y tendré que hacer una pequeña pausa.
—Paciencia, Celina, es todo lo que necesitas en este momento —dijo él con una serenidad que la irritaba.
—¿Sabías que el costo de vida aquí es carísimo? —respondió ella, afilada.
Gabriel entonces la miró y sonrió.
—Finalmente vemos una barriguita. Buenos días, hermosos bebés del tío.
Se inclinó y acarició su vientre con ternura. Celina sonrió y replicó:
—No cambies de tema, señor Gabriel. Pero confieso que muero de ganas de verme con un barrigón enorme.
—¿Tu madre tuvo mucha barriga, C