El martes, Celina se despertó decidida a sumergirse de lleno en su nueva etapa. Después del desayuno, dedicó la mañana a crear su perfil de autora en las redes sociales. Eligió con cuidado cada palabra de la biografía, probó diferentes versiones de la foto de perfil, seleccionó imágenes para el banner y comenzó a seguir a autores, editoriales y librerías.
Faltaban veinte minutos para que Zoe terminara su hora de almuerzo cuando el celular de Celina vibró. Era ella.
—¿Amiga, tienes un ratito para chismear?
—Siempre, niña. ¡Suelta!
—No vas a creerlo —empezó Zoe, riendo al otro lado de la línea—. Arthur me llevó ayer a la facultad. Me dejó allí como una princesa. Luego fue a buscarme, ¡y todavía me llevó a salir! Fuimos al Bar Brahma. Ese hombre es todo un caballero, te lo juro.
Celina rió con ternura.
—¡Chica! Esto ya está tomando rumbo de novela romántica, ¿eh?
—Amiga, me está gustando conocerlo. De verdad. Arthur es respetuoso, atento, divertido... Pero mira, me estoy conteniendo, ¿eh