Thor permaneció sentado a la mesa después del desahogo brutal con Arthur. El silencio entre los dos era espeso, cortante. Arthur, con los codos apoyados en los brazos de la silla, lo observaba con una expresión entre decepción y compasión.
—Sabes que lo que hiciste fue imperdonable, ¿verdad? —dijo, rompiendo el silencio—. Nunca te había visto así, Thor. Perdiste por completo el control.
Thor bajó la mirada, respirando hondo, los ojos aún cargados de rabia, dolor y frustración. Arthur se levantó, tomó el saco que había dejado en el respaldo de la silla y suspiró.
—Mira, si algún día quieres recuperar a Celina, tendrás que arrastrarte a sus pies, pedir perdón de verdad. Y aun así, dependerá solo de ella aceptarlo. Porque lo que hiciste… es grave. Estás enfermo, Thor. Y si no cuidas de eso, vas a destruir todo lo que te rodea. Incluso a ti mismo.
Thor no respondió. Solo miraba al vacío. Arthur dio dos golpecitos leves sobre la mesa.
—Piensa en lo que te dije. Yo me voy. Cuídate, hermano.