Celina salió de la oficina de Thor con el cuerpo tenso y el corazón desbocado. Cada paso hacia su propia sala parecía retumbar más fuerte que el anterior, como si el suelo mismo marcara el final de un ciclo… y el inicio de otro. El eco de sus tacones sobre el piso pulido de T&R Enterprises ya no ocultaba su decisión: no iba a callarse nunca más. No volvería a agachar la cabeza.
Apenas cerró la puerta detrás de sí, apoyó la espalda en ella, como si su propio cuerpo necesitara bloquear cualquier intento de retroceso. Llevó una mano al pecho, sintiendo los latidos acelerados, desesperados por escapar. Su respiración era corta, entrecortada.
—Calma, Celina… calma, respira —susurró para sí misma, con los ojos cerrados.
Inspiró.
Expiró.
Otra vez.
Inspiró.
Expiró.
De a poco, recuperó cierto control sobre su cuerpo. Aún apoyada en la puerta, deslizó las manos hasta el vientre, donde reposaban las razones más grandes de su fuerza y valentía. Las posó allí con ternura y firmeza.
—Hijos… mamá le