Durante dos días, ella se levantó temprano, se vistió con ropa cómoda y salió a caminar por los alrededores del nuevo barrio. Aprovechaba para descubrir panaderías, calles tranquilas, pequeñas plazas. La brisa matinal y el movimiento sereno de los vecinos le ayudaban a despejar la mente. Sentía que aquellas caminatas, aunque simples, formaban parte de su proceso de sanación: un paso a la vez, intentando burlar el insomnio, la ansiedad y la nostalgia.
Por las tardes, se dedicó a colocar toda la ropa en el armario, planchar lo que hacía falta, organizar los libros, los documentos, cuidar cada detalle del nuevo hogar.
También leyó. Libros sobre maternidad, sobre alimentación en el embarazo, sobre los primeros meses del bebé. Vio videos sobre el parto, aunque sabía que aún era temprano. Pero quería estar lista —física y emocionalmente— para cuando llegara el momento.
El instante más doloroso de aquel fin de semana apareció de manera casi traicionera, en medio de la organización del armari