Al día siguiente, Celina se despertó con una pesadez en el estómago que la hizo correr al baño. Las náuseas llegaron con una fuerza abrumadora y vomitó tanto que tuvo que sentarse en el suelo frío para recuperarse. Se sentía agotada, pero sabía que tenía que levantarse. Abrió el grifo de la ducha y se metió bajo el agua caliente, dejando que le corriera por el cuerpo.
Mientras el agua se llevaba el sudor y los restos de la noche anterior, los recuerdos de lo que había pasado en el hotel volvieron con intensidad. Thor sobre ella, sus ojos fijos en los de ella, y la pregunta que le susurró con genuina curiosidad:
— ¿Por qué tú? ¿Por qué, de todas las mujeres que han pasado por mi cama, tú eres diferente?
Celina sintió el escalofrío que le recorrió la piel aquella noche. Thor había deslizado la mano por su rostro, acariciándola con una suavidad que contrastaba con su habitual brutalidad. Luego la besó, un beso que le hizo temblar las piernas, un beso que le quemó la piel y le dejó sin al