Thor avanzó por los pasillos del hospital con paso firme, la mandíbula tensa y los ojos de acero. No dudaba, no temblaba. Pero fue interceptado por una presencia que destilaba odio.
—Si te atreves a maltratar a mi hija otra vez… —gruñó Otavio, apareciendo de repente en el pasillo y bloqueándole el paso— sales de este hospital muerto.
El silencio cortante duró apenas unos segundos. Thor se detuvo. Sus ojos se encontraron con los de Otavio: hielo contra llamas.
—No tengo miedo de tus amenazas, Otavio —dijo con voz baja y afilada—. Y si tu hija está así… parte de la culpa es tuya. Criaste a una mujer mimada, que cree que puede controlar todo y a todos con lágrimas.
Otavio sintió la sangre hervir, los puños cerrados.
—Si la haces sufrir una vez más, Thor… te juro… que acabaré contigo.
Thor dio un paso hacia adelante, el rostro a escasos centímetros del de su suegro.
—Si vuelve a sufrir, será por sus propias decisiones. No por las mías. Y si de verdad quieres protegerla… empieza por enseña