Celina se rió, un poco tímida.
— Mucho. Cantas con el alma... Y esa primera canción... ¿era para mí?
Gabriel inclinó la cabeza, mirándola directamente a los ojos.
— Si no fuera así, no tendría gracia. ¿Puedo sentarme?
Ella asintió y él acercó la silla que tenía delante.
Y en ese instante, en medio del bar, bajo las suaves luces y el sonido de un piano de fondo, algo dentro de ella comenzó a cambiar.
Gabriel, con ese encanto que le caracterizaba, entabló conversación.
— Entonces... —dijo él, apoyando los antebrazos sobre la mesa y mirándola con esa sonrisa que no se esforzaba por ser encantadora, simplemente lo era—. ¿Te ha gustado de verdad o estás siendo educada?
Celina sonrió de lado, girando la pajita en el vaso con la punta de los dedos.
— ¿Quieres la verdad?
— Siempre —dijo él sin rodeos.
— No me lo esperaba. Ni la música, ni... estar aquí. Todo ha sido tan repentino —respondió Celina con sinceridad.
— A veces, lo que necesitamos es precisamente eso: un poco de improvisació