En el coche, el silencio entre ellos era denso como la niebla. Celina se sentó con las piernas cruzadas, los brazos firmemente alrededor de su cuerpo, contemplando el paisaje nocturno de Dubái por la ventana. Thor conducía con los maxilares apretados, los dedos apretando con fuerza el volante. El aire acondicionado parecía demasiado frío, o tal vez era el ambiente entre ellos.
Él le lanzó una mirada de reojo. Su rostro permanecía inmóvil, pero había algo en los ojos de Celina que gritaba ira, tristeza, decepción.
— ¿Hasta cuándo vas a estar callada? —su voz rompió el silencio, dura, impaciente.
Ella no respondió.
—Has visto lo que ha hecho, ¿no? No me iba a quedar ahí parado.
Celina giró entonces lentamente la cara, con los ojos verdes brillando como cristal a punto de romperse.
—Sí, lo he visto. He visto a un hombre impulsivo y posesivo golpeando a otro como si yo fuera un objeto por el que disputarse.
Thor frunció el ceño, respirando con dificultad.
— Tú no eres un objeto. P