Estaba frustrada. Luigi y yo no habíamos hecho más que pelear, sobre todo porque él se negaba a recibirme en las visitas. La primera vez que lo vi en la cárcel dio todo por terminado, como si la sentencia lo hubiera sentenciado también a renunciar a nosotros. Pero yo no acepté su decisión; sabía que había actuado por impulso, que estaba cegado por el dolor y la impotencia. Por eso he seguido insistiendo una y otra vez, intentando reconstruir lo que la situación desmoronó.
El problema es que aún no hemos encontrado las pruebas necesarias para demostrar su inocencia. El primer mes lo di absolutamente todo: busqué en cada rincón, revisé documentos, contacté a personas, incluso fui más allá de lo que se esperaba de mí. Juré que encontraría algo, y lo hice con la convicción de quien busca bajo las piedras un pedazo de verdad. Pero nada apareció. Nada que pudiera cambiar su destino ni el nuestro.
Han pasado ya cuatro meses y, en ese tiempo, mi fe ha empezado a resquebrajarse. He decidido ha