Han pasado ya dos meses desde nuestra boda, y la vida junto a Luigi se ha vuelto un sueño cotidiano del que no quiero despertar. Cada mañana me despierto con sus besos, con su voz grave, deseándome buenos días y con sus manos acariciando mi vientre, como si ya hablara con nuestro bebé.
Hoy cumplo ocho meses de embarazo, y siento que el corazón se me acelera más que nunca.
Vamos rumbo al control prenatal, acompañados por la madre de Kate, que insiste en no perderse ni una sola cita. Dice que este nieto del alma es tan suyo como nuestro.
Luigi maneja con una mezcla de nervios y alegría. No deja de sonreír, aunque sus dedos tamborilean sobre el volante cada pocos segundos.
—¿Y si hoy por fin se deja ver, principessa? —me pregunta mirándome de reojo.
—Eso espero —respondo, riendo—. Ya van ocho meses y este travieso se sigue escondiendo cada vez que lo intentamos.
—Es igual que tú —bromea—. Misterioso, reservado… pero imposible no amar.
La clínica está tranquila, bañada por la luz de la ma