Así pasamos el resto del día. Más que caminar, lo que hicimos fue conocernos mejor. Las horas se nos fueron volando y, cuando nos dimos cuenta, ya estaba oscureciendo. Él me invitó a cenar; nos dirigimos a un restaurante muy lindo y allí seguimos platicando mientras disfrutábamos de la comida. Era fácil notar cómo la vida de los dos se complementaba: ambos dedicados al trabajo, ambos con un ritmo de vida intenso.
Él era empresario prácticamente desde su nacimiento, y yo, por fin, había logrado mi sueño de convertirme en socia del bufete de su hermano. Eso significaba que estábamos en la misma sintonía: solteros, independientes y sin apuros por casarnos. Al menos yo no lo estaba. Siempre había pensado que a los hombres no les agradaba que una mujer trabajara tanto como yo lo hacía. Pero fue refrescante descubrir que él también tenía una vida tan ajetreada como la mía.
Con Luigi no tenía que mentir ni fingir ser la mujer perfecta, dedicada únicamente a la casa o al marido. Él sabía perf