Viniste...

Agatha estaba distraída recordando la cercanía de Leandro: su aroma, sus ojos, la soledad detrás de esa máscara fría. De pronto, la voz de Lucciano la sacó de su ensueño mientras chasqueaba los dedos.

—Hey, tierra a Marte. ¿Dónde estás, Aggy?

Agatha parpadeó, tratando de volver a la realidad.

—Lucciano… si encontraras un tesoro invaluable, del que has estado aprendiendo por años, y la persona que lo tiene te ofrece dártelo a cambio de un mes de cautiverio… ¿aceptarías el cautiverio a cambio de ese tesoro? ¿sobre todo si sabes que si no lo aceptas ese tesoro podría perderse para siempre?

—Obvio —dijo él, sin pensarlo—. Si es un tesoro invaluable, ¿qué es un mes de tu vida a cambio de él? Debes ser práctica, un mes son solo cuatro semanas, y casi siempre las pasas con la cabeza metida en tu trabajo. Sería lo mismo. No es que seas muy sociable, Aggy.

Agatha miró hacia la nada, mordiéndose el lápiz.

—¿Por qué? ¿Alguien quiere meterte a la cárcel?

—Algo así... pero no quiero hablar de eso.
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