Agatha despertó abrazada a Leandro.
Abrió los ojos lentamente; su aroma la envolvía, al igual que su calor.
Volvió a cerrarlos, se sentía tan cómoda, pero no quería reconocerlo.
De pronto sintió la mano de Leandro acariciando su espalda.
—¿Por qué te haces la dormida? —susurró—. Sentí tus pestañas rozar mi pecho.
—No me hago la dormida, solo estoy cansada.
—Claro… cansada —replicó con una sonrisa ladeada.
En un movimiento rápido, Leandro se colocó sobre ella, tomándola por sorpresa.
Agatha se sonrojó; él era grande, pero no se apoyaba por completo en su cuerpo.
Sus ojos grises recorrieron cada rasgo de su rostro.
—¿Cuándo reconocerás que te gusta estar conmigo, mi niña? ¿Cuándo admitirás que te gusta que te bese, que te abrace… que te gusta sentir mi piel rozar la tuya?
Leandro le susurraba mientras sus labios rozaban la piel de Agatha, terminando en un beso suave contra su boca.
—Leandro, esto es solo un trato por los libros, no lo olvides.
—Niña mentirosa… te gusto, y mucho —murmuró