Anna despertó tarde aquella mañana, con la piel aún tibia de la pasión de la noche anterior. Extendió la mano sobre la cama, buscando a Lio, pero el espacio estaba vacío, aunque había una pequeña nota y una rosa, ella sonrió al sentirse tan enamorada. Se levantó despacio, con una sonrisa tranquila, él estaba en la oficina. Tomó su celular y escribió un mensaje, con el corazón lleno de ilusión:
"¿Almorzamos? Pasaré por tu oficina."
No sabía que, en ese instante, el mensaje caía en las manos equivocadas.
Leandro, sentado en el sillón de su departamento, lo leyó con una sonrisa torcida.
—Vaya… parece que hiciste un buen trabajo, hermano. Nunca fue tan dedicada conmigo. Ya quiere verme.
Lissandro estaba frente a él, serio, los ojos como cuchillas. No respondió. El veneno de esas palabras ya era suficiente.
Leandro se levantó, estirando la chaqueta y acomodando la corbata con aire triunfal.
—Fue un gusto verte, hermano. Pero debo volver a mi vida.
El silencio fue la única respuesta de Li